Por Dr. Moisés Moreno Medellín
Doctor en filosofía, profesor investigador del Instituto Politécnico Nacional
El interés por desarrollar el presente comentario surgió de una sencilla conversación con una persona muy importante para un servidor y, honestamente, cuando ella me expresó su emoción y entusiasmo por las implicaciones, los alcances, los retos, las ventajas y, sobre todo, la importancia que tiene el Data Integrity (DI) para la industria farmacéutica, no pude más que reflexionar sobre este tema y algunas de sus consecuencias éticas para la vida de todos nosotros, mismas que me permitiré compartirles a continuación.
El concepto de DI es aparentemente sencillo, pues se podría definir diciendo que consiste en: la honestidad y rigurosidad que deben observar los colaboradores de las industrias hacia los datos que ellos mismos obtienen sobre sus sometimientos regulatorios, sobre la seguridad y calidad de los productos que elaboran dentro de las plantas industriales y, sobre todo, la información que reciben de primera mano sobre el impacto que tiene su producto en la sociedad.
Como lo dije hace un momento: la persona con la conversé sobre DI e inspiró estas líneas, trabaja en la industria farmacéutica, por lo que al mencionarme el último elemento que conforma al DI, me transmitió su pasión, compromiso y entusiasmo por el tema. ¿Quién mejor que una persona que sabe que los frutos de su trabajo llegan directamente a la población y tienen un repercusión central y directa en nuestra salud, para transmitirme este importante tema industrial?
Además de que es evidente que ella está informada y capacitada acerca de estos menesteres, es claro que debe ser una persona de lo más proactiva sobre este tema tan apasionante, pues tiene una conciencia certera sobre la importancia del DI en las industrias, el cual complementa con un compromiso ético hacia la sociedad y, sin duda, no pasa desapercibido y potencializa su trabajo dentro de su empresa.
No debemos dejar de señalar que el DI no es producto de la casualidad ni del interés inesperado por parte de los colaboradores de las industrias; al contrario, es un esfuerzo institucional de lo más meticuloso y cuidado por parte de los diversos sectores industriales que han observado en este rubro un área de oportunidad para volver aún más eficientes sus procesos de calidad, sus diversos procedimientos de acción y, sobre todo, la veracidad con la que sus marcas y nombres comerciales se legitiman ante los consumidores al colocarse paulatinamente como sinónimos de honestidad y veracidad.
Los esfuerzos por parte de las industrias para lograr el DI en sus procesos, son diversos y van desde procedimientos automatizados de infraestructura, procesos de supervisión de calidad, un sin número de auditorías y otras acciones para poder validar las métricas que deben realizarse en el quehacer industrial del día al día.
No obstante, a mi juicio, el mayor valor que tienen las industrias para lograr el tan anhelado DI son precisamente sus colaboradores. No se podría pensar en siquiera acercarse a un nivel aceptable de este precepto, si no se contara con personas comprometidas éticamente con los diversos sectores de la sociedad que, al final de cuentas, conforman lo que entendemos como los clientes finales de la industria.
Así, en sinergia con la parte institucional de las industrias, los colaboradores se ven motivados a desarrollar habilidades de liderazgo y capacidades en diversos órdenes de disciplina y propiedad, los cuales no hacen más que ponernos ante un marco de formación permanente, tanto en el institucional como personal, que sólo puede justificarse si se tiene un serio y profundo sentido ético ante el DI.
Pero ¿de dónde podríamos recuperar un interés ético que motivara tanto a las industrias como a los colaboradores de éstas a esmerarse en una continua y ardua formación sobre el DI? Pienso que a lo largo de la historia de la filosofía, podemos encontrar un sin número de reflexiones éticas que nos pueden llevar a explicar cómo es que una persona puede tener un interés sincero por cumplir con su deber laboral, y sobre todo que éste trascienda a los campos sociales de manera efectiva; que realmente incida en la sociedad.
Sin embargo, en lo personal considero que, en este rubro, la reflexión que debemos recuperar es la que proporciona el filósofo alemán Immanuel Kant en su obra Crítica de la Razón Práctica, donde nos dice que para que un acto sea moral, es necesario que nuestras acciones sean realizadas sólo por la realización misma de nuestro deber, enunciación que el filósofo Königsberg denomina imperativo categórico: “actúa de modo que la máxima de tu voluntad pueda, al mismo tiempo, valer siempre como principio de legislación universal” (Kant 2011, p. 35).
Es interesante mencionar a Kant en este punto, porque nos podría ayudar a comprender el interés ético por el DI por parte de los colaboradores de la industria. Lo anterior se debe a que Kant, cuando postula la ley moral que acabamos de escuchar, lo que desea es que los seres humanos seamos capaces de pensar, por nosotros mismos, aquello que debemos hacer en cada una de las circunstancias éticas que la vida nos presente. En otras palabras, el imperativo categórico de Kant es una formulación pura (sin contenido) que nos ayuda a saber cuándo alguna de nuestras acciones se puede considerar moral o no.
Dicha formulación se puede expresar de manera sencilla, diciendo ¿qué debo hacer en esta circunstancia específica?, ¿lo que pienso que debo hacer en este momento puede mejorar realmente mi mundo o mi entorno social? Aunque parezcan unas enunciaciones demasiado sencillas, contienen muchos elementos teóricos que ayudan a tomar decisiones morales.
Por ejemplo, es una formulación moral que sólo se puede contestar de manera personal; es decir, sólo la persona que se pregunta sobre las implicaciones morales de sus actos, puede decidir si aquello que piensa hacer es digno de considerarse una acción buena o mala. Asimismo, implica un absoluto compromiso personal, pues sólo la persona que se cuestiona sobre la moralidad de sus actos, es aquella que puede contestarse a sí misma, por lo que es imposible que se engañe intencionalmente.
Por último, y a mi juicio, lo más relevante es una formulación ética que exalta absolutamente la libertad de los seres humanos, pues como vemos, es el individuo el que a partir de su infinito libre albedrío, es el que tiene la absoluta posibilidad de decidir qué está bien y qué está mal, sin que nadie intervenga en dicho juicio.
Ahora bien, después de esta breve pero interesante digresión filosófica, concluyo así: los procesos formativos que las industrias han implementado para introducir a sus colaboradores a la importancia productiva, social, industrial y personal que tiene el DI; tiene en el fondo mucho de la propuesta ética kantiana, ya que, por más procesos automatizados que se implementen en una industria, por más auditorías y reuniones de trabajo donde se quiera concientizar al personal sobre este importante tema.
Al final de cuentas, es un ser humano el que debe decidir qué debe hacer en el momento preciso en el que la circunstancia lo alcanza, en el momento mismo que tiene que ser honesto con las implicaciones de su propio trabajo. Dicha decisión lleva en el fondo de su ser una conciencia clara sobre cómo todo nuestro actuar laborar y profesional, en el ámbito industrial, lleva en el fondo, o muy evidentemente, una noción de deber profesional y personal el cual puede llevar realmente a nuestros entornos culturales y sociales a una mejor realidad.
Así, el quehacer industrial no sólo estará generando bienestar económico y tecnológico, sino que estará contribuyendo, de manera real y efectiva, al mejoramiento ético de los seres humanos. DI es una contribución verdaderamente ética de las industrias hacia nuestro entorno cultural.
Referencia
Kant, I. 2011. Crítica de la razón práctica, México: FCE.
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