Por Luis Battilana, director general de Baufest México y líder de servicios para la industria financiera en Baufest Latam
En la última década, los bancos tradicionales han venido anunciando su transformación digital con grandes expectativas: ofrecer nuevas experiencias, implementar canales ágiles y lanzar productos centrados en el usuario. Sin embargo, pese a las millonarias inversiones en tecnología y campañas de marketing entusiastas, muchas de estas iniciativas no han logrado materializar un cambio real en la forma en que los usuarios interactúan con los servicios financieros.
Durante ese mismo período, nuevas generaciones de actores —como neobancos, fintechs y plataformas digitales— han conseguido posicionarse con propuestas de valor basadas en agilidad, accesibilidad e innovación centrada en el usuario. Estas compañías, muchas nacidas fuera del sistema financiero tradicional, han captado audiencias relevantes gracias a su capacidad para adaptarse a las expectativas de los consumidores digitales.
Un ecosistema financiero en transformación
La clave de esta diferencia de desempeño no está únicamente en la tecnología utilizada, sino en la forma en que se concibe y se entrega el valor. Mientras algunos actores siguen replicando el modelo tradicional en entornos digitales, otros han repensado completamente su propuesta. Esto ha generado un ecosistema financiero diverso, donde los modelos híbridos, la integración con terceros y las plataformas multipropósito redefinen la relación con los usuarios.
En este nuevo paradigma, el concepto de intermediación financiera se ha ampliado. Existen casos donde plataformas no bancarias han incorporado servicios como préstamos, pagos, ahorro o transferencias, todo dentro de experiencias digitales integradas. A menudo, estas plataformas cuentan con respaldo bancario, pero el vínculo del cliente está dado por la interfaz, no por la institución financiera detrás. Esto plantea un nuevo desafío para la banca tradicional: competir por relevancia y no solo por solidez institucional.
Crecimiento y madurez del ecosistema fintech
Datos recientes del Fintech Radar 2025 muestran que en México operan más de 800 fintech locales, lo que representa un crecimiento del 4% respecto al año anterior. A pesar de que esta cifra marca una desaceleración frente a períodos anteriores, los ingresos del sector aumentaron un 31%, lo que evidencia un proceso de consolidación y maduración. Entre 2021 y 2024, el crecimiento compuesto anual por ingresos fue de aproximadamente 22%, tendencia que se acentuó durante el último año.
Estos números sugieren que más allá del número de jugadores, la industria fintech está generando valor y consolidando modelos sostenibles. El desafío para los bancos es doble: adaptarse a esta nueva dinámica y aprender de ella para evolucionar su propio modelo operativo.
La redefinición del rol bancario
En este contexto, el acceso a servicios financieros se ha descentralizado. Hoy es común encontrar soluciones financieras integradas en aplicaciones de entrega, redes de tiendas de conveniencia, plataformas de comercio electrónico y billeteras digitales. Estos canales se han convertido en puntos de contacto financieros efectivos, muchas veces sin que el usuario siquiera perciba la intervención de un banco.
Algunos bancos han respondido lanzando unidades digitales o bancos 100% en línea. Sin embargo, el éxito de estas iniciativas depende de múltiples factores: una propuesta de valor diferenciada, una estrategia de canal clara, autonomía operativa y una visión centrada en el cliente digital. La simple digitalización de procesos existentes no garantiza competitividad. El reto está en comprender los nuevos hábitos de consumo financiero y diseñar soluciones que respondan a ellos.
Una transformación más allá de la tecnología
Más que una cuestión técnica, el desafío es estratégico. En muchos casos, las transformaciones digitales han sido ejecutadas desde perspectivas tecnocráticas, con foco en infraestructura, sin una mirada profunda sobre el comportamiento del usuario, la segmentación del mercado o la construcción de nuevas experiencias.
También se ha observado la implementación de modelos basados en marcos globales que no siempre se adaptan a las particularidades locales. Esto puede generar fricciones, retrasos o una oferta poco relevante para ciertos segmentos. Para avanzar, se necesita una visión más ágil, iterativa y centrada en resultados tangibles.
Pensar en ágil, actuar en concreto
El mercado financiero actual exige dinamismo. Ya no se trata de ejecutar megaproyectos de años y millones, sino de diseñar productos mínimos viables que puedan validarse rápido, evolucionar y escalar. Es fundamental comprender que el cliente no está “cautivo” del banco: hoy puede abrir una cuenta, solicitar un préstamo o invertir desde su celular, en plataformas distintas al sistema bancario tradicional.
Los bancos tienen ventajas importantes: escala, confianza, red de operaciones, conocimiento regulatorio. Pero para capitalizarlas necesitan reconvertirlas en experiencias útiles, fluidas, personalizadas y contextualizadas. El futuro de la banca no está en replicar lo que hacen otros actores, sino en rediseñar su valor desde cero.
Hacia la banca del futuro
Distintos estudios proyectan que la banca del futuro será invisible, contextual, conectada y basada en conocimiento. Es decir, operará de manera integrada en la vida cotidiana del usuario, anticipándose a sus necesidades y actuando como facilitador. Esta visión requiere cambios profundos en cómo se diseñan, distribuyen y comercializan los productos financieros.
Por ejemplo, repensar cómo se atienden los segmentos no bancarizados, cómo se ofrece crédito a quien opera solo en efectivo, o cómo se utilizan los datos para crear experiencias hiperpersonalizadas. Las respuestas no están en discursos, sino en decisiones estratégicas concretas y sostenidas.
Una oportunidad estratégica
El futuro del sistema financiero en América Latina presenta desafíos significativos, pero también una oportunidad única para los bancos que estén dispuestos a cambiar. Ser relevantes no dependerá del tamaño ni de la historia institucional, sino de la capacidad para ofrecer soluciones adaptadas a un consumidor que ya no espera, que actúa y decide en tiempo real.
Es momento de transitar de una lógica reactiva a una postura proactiva. De dejar de ver la digitalización como una obligación, y empezar a entenderla como una oportunidad para diseñar experiencias memorables, productos útiles y servicios que hagan la diferencia en la vida de las personas.
Porque, si algo es seguro, es que el futuro no va a esperar.